A grandes pasos nos acercamos a las elecciones de este año, no solo por ser las más grandes que se han realizado en cuanto al número de puestos que estarán en juego, sino por las circunstancias en que se van a realizar.

 

En algunas entidades del país hubo elecciones muy competidas durante el Siglo XX, en las cuales el partido oficial se impuso o mediante la fuerza o mediante el fraude. Entre las primeras, por solo mencionar algunas, se encuentran las primeras realizadas en el Estado de Baja California, cuando dejó de ser territorio y se convirtió en entidad federativa y algunas elecciones en Guanajuato. En cuanto a las segundas hubo muchas, pero son dignas de recordar las de Chihuahua, calificadas por Manuel Bartlett como “fraude patriótico” o las de Yucatán, por solo mencionar algunas. También pasó a la historia la Caída del Sistema (de cómputo), que favoreció a Carlos Salinas de Gortari frente a Manuel J. Clouthier, Cuauhtémoc Cárdenas y Rosario Ibarra de Piedra.

 

De estos sucesos no se habla mucho ahora y, por lo mismo, la juventud desconoce lo que significó el proceso de transición de un sistema autoritario a una democracia. En realidad, México no ha podido superar las malas conductas electorales, a pesar de que se ha evolucionado enormemente en la materia, con la creación de instituciones que aseguran la imparcialidad del voto. Si antes el fraude se hacía desde el mismo sistema que organizaba el proceso, ahora existen muchas fuerzas exteriores que inciden en las elecciones con la misma intención.

 

Los actores del fraude son, en ocasiones, las autoridades políticas que encabezan las entidades federativas. Ya no lo hacen como en el pasado, desde la organización, sino mediante manipulaciones que también ocurrían antes, pero que tienen que ser más sofisticadas para poder disimularlas, ya que ahora existen mecanismos que intervienen tanto para castigar las irregularidades con multas, anulación de casillas o de la elección misma, e incluso existen delitos electorales que pueden ser castigados penalmente.

 

Pero las elecciones de este año serán épicas por tres motivos:

 

Primero, se desarrollarán en un clima de polarización auspiciado durante cinco años desde la Presidencia de la República, en un claro propósito de dividir a la sociedad a partir de un liderazgo populista fincado en mentiras y dádivas institucionalizadas. Adicionalmente, el Presidente ha intervenido una y otra vez a favor de su partido y su candidata, violando las leyes que se lo impiden. Una gran interrogante es ¿hasta dónde piensa llegar el Presidente para ganar la elección? Es sabido que el Primer Mandatario no sabe perder, se siente de Jalisco, aunque es de Tabasco. Su conducta del pasado cuando recurrió a medidas de fuerza para tratar de imponerse son un claro antecedente de lo que es capaz. Entonces no tenía el poder –aunque sí el apoyo del Gobierno del Distrito Federal-. En cambio, ahora tiene el poder es capaz de usarlo para imponer su voluntad.

 

Ante la posibilidad de un fraude de Estado, la única posibilidad de evitarlo en con una copiosa votación que haga tan evidente el triunfo de quien gane, que sea imposible alegar en contrario. De ahí los continuos llamados a la ciudadanía para que el 2 de junio acudan a votar. Desde distintos frentes, incluida la Iglesia católica, se han hecho peticiones a los ciudadanos para que cumplan con su derecho-deber de elegir a sus gobernantes en los distintos cargos.

 

En segundo lugar, nos encontramos ante un fenómeno inédito: partidos de distinto signo e ideología, han decidido unirse buscando el bien del país por encima de su interés particular. La unificación de tres partidos para hacer un frente opositor, se explica en algunos de los aspectos señalados anteriormente, ya que desde la Presidencia se ha intentado acabar con los órganos autónomos que organizan la elección, y aunque no lo ha podido lograr, sin embargo, ante los cambios realizados en razón del fin del encargo de algunos funcionarios, se ha logrado debilitar a esos organismos e, incluso, hay sospechas de parcialidad en algún sentido.

 

Y un tercer factor, es la inseguridad que existe en el país. La participación de la delincuencia organizada, que no es nueva, se ha elevado no solo al nivel de cooptar o imponer sus candidatos a los partidos, sino a la eliminación de aquello que no les son favorables o no se alinean a sus intereses o amenazas. Ya son muchos los candidatos y políticos asesinados en lo que va de este año, aunque la Presidencia diga que todo está bien. Ante el peligro de perder la vida y a pesar de las ofertas de protección, ya también son muchos los candidatos o posibles candidatos, que han preferido retirarse ante las amenazas o el riesgo de perder la vida.

 

Ante este escenario, queda claro que los ciudadanos y todos los partidos tendremos que hacer un esfuerzo épico para vivir unas elecciones tranquilas, libres y confiables en su resultado.

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