¿De qué trata “Dignitas Infinita”?

El último documento del Dicasterio para la Doctrina de la Fe se llama “Una dignidad infinita” (Dignitas infinita, en latín), y fue aprobado por el Papa Francisco. Este documento, si atendemos a la propia presentación, fue fruto de profundas reflexiones y de distintos borradores, enmiendas y peticiones puntuales que solicitó el Santo Padre a lo largo de al menos cinco años.

 

El nombre proviene de una frase que usó el 16 de noviembre de 1980 san Juan Pablo II en un viaje apostólico a Alemania. Decía el Papa polaco que Dios, en Jesucristo, nos ha mostrado cuánto ama a cada persona, y cuán infinita es la dignidad (unendliche Würde) que a través de Jesús nos ha conferido.

 

La declaración Dignitas infinita consta de una introducción (nn. 1-9) y cuatro apartados:

 

1. Sobre la conciencia progresiva de la centralidad de la persona (nn. 10-16);

 

2. Sobre la Iglesia como promotora de la dignidad humana (nn. 17-22);

 

3. Sobre la dignidad como fundamento de los derechos y deberes humanos (nn. 23-32);

 

4. Sobre algunas violaciones graves a la dignidad humana (nn. 33-62).

 

Al final el documento cierra con una breve conclusión (nn. 63-66). La prensa se ha centrado demasiado en el punto 4, que sin duda es muy importante, pero, si no atendemos a los apartados anteriores, creo que podemos quedarnos en ayunas.

 

Intentaré introducir al lector lo que a mi gusto son ideas muy importantes al interior del documento, no para ahorrar su lectura, sino para antojarla.

 

Introducción.

La dignidad humana está “más allá” de toda circunstancia, estado o situación en que la persona se encuentra. En otras palabras, nada justifica tratar indignamente a nadie. La eminente dignidad de cada persona se encuentra en que fue creada a imagen de Dios y fue redimida por Dios mismo. El documento (n.9) recuerda la definición de Boecio de persona como “sustancia individual de naturaleza racional” la cual hace explícito el fundamento de la dignidad. El Magisterio de la Iglesia siempre ha defendido la dignidad humana y la Iglesia siempre ha sido promotora y defensora de los derechos humanos. Al final se hacen distinciones útiles: dignidad ontológica y dignidad moral; dignidad social y dignidad existencial.

1. Sobre la conciencia progresiva de la centralidad de la persona. En la antigüedad pagana se reconoció al ser humano como posesor de una dignidad distinta y elevada por encima de otros seres del mundo, pero no fue sino hasta la fe judeocristiana dio a conocer el fundamento último de tal dignidad: el ser imagen de Dios (imago Dei). Israel fue profundizando en esta intuición de origen y así se desarrolló, desde el Génesis, el Éxodo, el Deuteronomio, los libros proféticos y los libros sapienciales, una conciencia clara de la dignidad de todos más allá de toda circunstancia y la prueba es el cuidado por los más pobres y vulnerables. En el Evangelio, el propio magisterio de Jesús expuso de manera inequívoca el valor de cada ser humano, en especial de los que en aquellos tiempos –y en los nuestros– son despreciados y tratados indignamente: los más necesitados y los más vulnerables.

La reflexión cristiana posterior, apoyada en la Sagrada Escritura y en los Padres de la Iglesia fue desarrollando una antropología que, como ninguna otra, ha realzado el papel de la dignidad humana, su fundamento y su vinculación con los derechos y deberes. La Declaración recuerda que la dignidad humana es “intrínseca”, es decir, la poseemos con independencia que los demás la reconozcan o no. La dignidad no es otorgada por los demás, pues de ser así, podría perderse, ser retirada o abolida

2. La Iglesia anuncia, promueve y se hace garante de la dignidad humana. La Iglesia promueve que cada ser humano posee una dignidad inconmensurable e inalienable a partir de una triple convicción: a) Creación - en cada uno de nosotros Dios ha impreso los rasgos indelebles de su imagen; b) Encarnación - Jesucristo se ha unido en cierta manera a cada uno de los que formamos el linaje humano, por eso cada uno poseemos una dignidad inestimable; c) Resurrección - nos revela la vocación a vivir en unión eterna con Dios.

 

3. La dignidad, fundamento de los derechos y de los deberes humanos. El Papa Francisco reconoce que la Declaración Universal de los Derechos del Hombre es la referencia cultural más cercana al principio de dignidad inalienable. Y para evitar que dicha Declaración pueda ser alterada, eliminada o distorsionada, nos recuerda tres principios básicos: a) respeto incondicional, más allá de su posible expresión a través de la racionalidad o la libertad (como en el caso de los no nacidos que no pueden expresar su racionalidad, y no por ello no poseen dignidad); b) la dignidad es una referencia objetiva, no un deseo individual ni un capricho subjetivo que cualquiera alegaría para obtener tal o cual pretendido derecho; los deberes y los derechos reconocidos en uno mismo y en los demás tienen un contenido concreto y objetivo, basado en la naturaleza humana común; c) la estructura relacional de la persona humana, por la cual no podemos comprender la libertad desde la autorreferencialidad y el individualismo, sino desde el don de uno mismo a los demás y de la capacidad de asumir obligaciones y responsabilidades por los otros. Al final de este capítulo la Declaración hace referencia a un tema por demás interesante: la necesidad de liberarnos de… (todas las esclavitudes, vicios e ideologías) para vivir plenamente el don maravilloso de la libertad.

 

4. Algunas violaciones graves de la dignidad humana. En la última sección, la Declaración señala, con valentía profética, graves violaciones que actualmente se dan a la dignidad humana:

 

• la pobreza en que viven millones de personas (injusticias, inequidades, falta de oportunidades);

• la guerra que afecta a tantos (¡vivimos la tercera guerra mundial en etapas!); • el trato indigno a los migrantes;

• la trata de personas;

• los abusos sexuales (que, cuando se dan al interior de la Iglesia, representan un serio obstáculo para su misión);

• el escándalo global que representa la violencia y la discriminación contra las mujeres;

• el aborto (aunque se oculte con nombres como “interrupción del embarazo”) y que supone la muerte para los más indefensos de todos los seres humanos;

• la maternidad subrogada, donde el hijo corre el riesgo de convertirse en un producto comercial;

• la eutanasia y el suicidio asistido (que, en nombre de una pretendida dignidad, promueven la muerte, y no el cuidado y la acogida para quien sufre);

• el descarte de las personas con discapacidad;

• el encarcelamiento, tortura o incluso muerte a personas a causa de su orientación sexual;

• la negación de la diferencia sexual que tanto promueven las ideologías de género y que, a la postre, ha sentado las bases para lo que también constituye un atentado a la dignidad humana: “el cambio de sexo”;

• la violencia digital. La conclusión puede sintetizarse en una frase contenida en el numeral 64:

“la Iglesia exhorta ardientemente a que el respeto de la dignidad de la persona humana, más allá de toda circunstancia, se sitúe en el centro del compromiso por el bien común y de todo ordenamiento jurídico.

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