Por: Nemesio Rodríguez Lois.
Moby Dick
Hace ya bastantes meses que obtuvo un gran éxito en la cartelera la película “Godzilla VS King Kong” que trata acerca del enfrentamiento que sostienen dos pavorosos monstruos: Un feroz dinosaurio y un gorila gigantesco.
En el caso concreto de King Kong la sola mención de su nombre nos resulta ya familiar debido a que hace ya varias décadas que se exhibió aquella película en la cual un simio gigantesco que habitaba una isla perdida en el mar era llevado a Nueva York y allí cometía una serie de tropelías que causaba entre los neoyorkinos un pavor que solamente habría de ser superado durante los ataques a las Torres Gemelas aquel 11 de septiembre de 2001.
Nos da la impresión que el ver en las pantallas a una serie de monstruos haciendo destrozos fue del agrado del público, especialmente cuando -sentados en sus butacas y comiendo palomitas- sabían que no corrían ningún riesgo.
Y lo mismo ocurrió hace más de cuatro décadas con la película “Tiburón” en la cual se presentaba a un feroz escuelo devorando bañistas en las soleadas playas de Florida.
¿Cómo se explica el gusto morboso que tiene el público por esta clase de monstruos causando terror a diestra y siniestra?
En el caso tanto de “Godzilla VS King Kong” como de “Tiburón” diremos que son una notoria mediocridad si las comparamos con una película que obtuvo un gran éxito hace más de séis décadas.
Nos referimos a la película “Moby Dick” basada en la novela del mismo nombre, cuyo autor es Herman Melville y cuyos principales protagonistas son Ahab, capitán del barco ballenero “Pecquod”, y una enorme ballena blanca que recorre los siete mares.
La enorme ballena es Moby Dick y al ver tanto la película como leer la novela, duramos cual, de las dos, si es ella o es Ahab, quien desempeña el papel principal.
El argumento gira en torno a la obsesión enfermiza -transformada en odio- que domina al capitán Ahab quien, a cualquier precio, desea vengarse de Moby Dick porque a ella debe haber perdido una pierna.
Ahab recorre mares tanto del Atlántico como del Pacífico, estudia con detalle las corrientes marítimas, así como los hábitos alimenticios de los cetáceos. Toda, toda información es poca con tal de dar con la pista de Moby Dick.
Una trama en la cual entran en juego diversas pasiones humanas en que se presentan diversos problemas tanto sociales como familiares y en la cual Melville aprovecha para presentar un estudio detallado acerca de la vida, costumbres e incluso de la anatomía de las ballenas.
Una novela que, repetimos, fue llevada al cine desempeñando el papel principal aquel gran actor que fue Gregory Peck quien se luce interpretando al rencoroso capitán ballenero que es dominado día y noche por tan enfermiza obsesión.
Quien esto escribe ha leído tanto la novela como visto la película, razón por la cual puede afirmar que -como casi siempre ocurre- la novela supera con creces a la película.
Y es que cuando leemos una novela nuestra imaginación toma caminos insospechados, vuela por alturas nunca esperadas y piensa que lo que el autor presenta es del modo que nosotros deseamos que sea.
Quizás sea esa la explicación por la cual muchas veces nos decepciona una novela llevada al cine.