Nada más poderoso para la autodestrucción que dejarse movilizar por el resentimiento histórico

 

La palabra “resentimiento” se refiere al amargo recuerdo de una injuria cuyo desagravio se desea. Su sinónimo es “rencor”. El rencoroso no puede perdonar ni perdonarse. Se halla “poseído” por recuerdos vengativos. Está abrumado por la memoria de aspectos del pasado que no puede mantener a distancia.

 

El resentimiento es la resultante de humillaciones múltiples que han sido vivenciadas como rebeliones frustradas que preparan gradualmente un “ajuste de cuentas”. A partir del resentimiento surge la venganza mediante una acción repetitiva, torturante, compulsiva, ya sea en la fantasía, ya sea en los hechos. Surge como un intento de anular los agravios y capitalizar patológicamente la situación de “víctima privilegiada”.

 

Vale la pena recordar a Freud quien solía decir que el neurótico sufre, no de recuerdos, sino de “reminiscencias”, es decir, de memorias vagas e inconscientes, aun cuando estén asociadas a una cierta circunstancia precisa en el pasado. Esto lleva a que el rencoroso privilegie el “resentir” sobre el “sentir”. Reprocesa ciertos estímulos en una dirección precisa: la venganza, que se torna en autodestrucción. ¿Porqué “autodestrucción”? Porque en estos asuntos “lo que soy” está en juego.

 

La “memoria del dolor” es distinta al “rencor”. La memoria del dolor admite al pasado como experiencia y no como lastre, no exige la renuncia al dolor de lo ocurrido. Opera como un no-olvidar estructurante y organizador, como una señal de alarma que protege y previene la repetición de lo malo, y da paso a una nueva construcción.

 

La “memoria del dolor” acoge nuestro pasado como parte de lo que “somos”. Somos “lo que hemos sido”, decía Benedetto Croce. Sin embargo, también es cierto, que “somos” más de lo que hemos sido. El presente no es sólo el resultado acumulativo de lo que nos ha sucedido, sino la ocasión constante para que nuestra libertad se remonte más allá de ello, e inaugure un nuevo inicio, a través de una ardua, pero liberadora acción: el perdón.

 

Es verdad que tenemos que revisitar la Historia nacional como tenemos que revisitar la propia vida. Las personas y los pueblos, tienen que darse la oportunidad, no de cambiar el pasado, sino de resignificarlo. Esto no quiere decir edulcorar las cosas de modo artificial o reinventarlas a modo. Lo que deseamos señalar es que la lógica de dominio, el afán colonizador y la humillación del otro como método, habitaron tanto en españoles como en aztecas. Así lo testimonia tanto la destrucción de la gran Tenochtitlán, como el despótico sometimiento al que muchas comunidades no-aztecas vivían en los años previos a la Conquista.

 

Así mismo, en ambos mundos habitaron virtudes extraordinarias que no debemos obviar. Basta pensar por un instante en hombres como los primeros doce frailes que llegaron a nuestras tierras, o en el extraordinario humanismo de los poetas y humanistas del mundo azteca. Las “leyendas negras” y las “leyendas rosas” suelen eclipsar, por supuesto, la verdad histórica.

 

Todos tenemos que perdonarnos para poder apreciarnos. Primero que nada, perdonar nuestra propia historia. Perdonar a nuestros “padres”, llenos de defectos, que son nuestro misterioso origen. Perdonar para reencontrarnos, perdonar para ser diferentes, y perdonar para dar un paso hacia delante, más justo y más liberador.

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SIRVIENDO A LA SOCIEDAD

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