Por: Javier Torres.

De Bildu al PP

LA GACETA DE LA IBEROSFERA. Bildu entendió que para entrar en el consenso necesitaba subirse a la carroza arcoíris en la que ya estaba el PP desde la boda de Maroto. No hay otra causa capaz de redimir y blanquear décadas de terrorismo y chantaje al Estado. El trato era sencillo: no sólo había que dejar de matar, también había que pasar por el aro de la ideología de género, auténtica vanguardia del sistema, que da la bienvenida al redil. Vencida la ETA por la heroica unidad de los demócratas, el gudari LGTBI, proetarra deconstruido, queda homologado como un actor político más y, hasta nuevo aviso, socio del Gobierno de progreso.

 

La ideología de género no es sólo la doctrina oficial impuesta desde el exterior (mercancía averiada exportada por las universidades de la costa este de los Estados Unidos, la ONU y la UE), sino el hilo con el que el sistema hilvana su partitocracia, la que va de Bildu al PP. Y esto no es una provocación, pues comparten banderas (consensos incuestionables, debates superados) como el sistema autonómico, el aborto, la memoria histórica, la obediencia a Bruselas, la Agenda 2030 o la inmigración masiva, que es la otra prueba del algodón del consenso, la frontera que delimita el fascismo de la democracia, la xenofobia cañí con la tolerancia que generosamente derraman Rufianes, Oteguis y Garamendis. Por eso no es casualidad que la regularización de medio millón de inmigrantes ilegales haya sido aprobada con amplísima mayoría —de nuevo, de Bildu al PP— ni que en La Sexta se hiciesen los suecos al decir que «incluso los empresarios» apoyan el papeles para todos como si no supiéramos que ellos también están en el ajo.

 

Igual de irritante es asistir al escándalo impostado que estos días el PSOE y el PP fingen a cuenta del candidato de Bildu que se niega a llamar banda terrorista a ETA. Si ambos están en contra de ilegalizar a un partido que lleva a terroristas en sus listas, para Borja Sémper el futuro de Euskadi —porque dijo «Euskadi»— se tiene que construir con Bildu y hasta Maroto tiene una peluquera batasuna, ¿por qué está tan mal pactar con Otegui si, al fin y al cabo, representa a una fuerza tan legal como cualquier otra?

 

De todos modos, menos mal que aún queda el PNV, que es otra cosa, señores de Neguri encorbatados capaces de pactar aquí y allá —«he conseguido más en 14 días con Aznar que en 13 años con Felipe González», dijo Arzalluz en el 96— e investir o tumbar presidentes según quien ofrezca mayores prebendas a la extorsión separatista, tal fue la puñalada que Rajoy sintió en su hígado cuando Sánchez comenzó a ser más útil a los intereses de la oligarquía vascongada.

 

En realidad, el PNV no ha inventado nada. Pujol marcó el camino cuando logró que Aznar cediera las competencias educativas en el pacto del Majestic después de imponer la ley de normalización lingüística que priorizaba el catalán sobre el español. También firmó con Hasán II unos acuerdos para atraer a Cataluña inmigrantes magrebíes, pues mucho mejor marroquíes que venezolanos, que tienen la mala costumbre de hablar en español.

 

Las ideas tienen consecuencias, así que el modelo migratorio pujoliano que asola las calles catalanas de machetazos y violaciones también tiene su réplica en el País Vasco, donde cada vez son más habituales estos delitos importados. Especialmente en Bilbao y toda la margen izquierda de la ría, como en los años 80 lo fueron la heroína y la desindustrialización. Así que si en España hay un racismo de verdad es el que las derechas catalana y vasca han aplicado contra andaluces, castellanos o manchegos a los que han puesto en la cola detrás de los magrebíes. Y todo con el beneplácito de Madrid, ahora sí, verdadera fábrica de independentistas.

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