Al participar en la clausura de la 50ª Semana Social de los Católicos en Trieste, Italia, el Papa Francisco recordó la responsabilidad de los católicos en la democracia y reconoció que “no goza de buena salud” en el Mundo.

 

 En la “Semana Social Católica” se consideró la participación de “una Iglesia sensible a las transformaciones de la sociedad y que se esfuerza por contribuir al bien común” al examinar un tema de actualidad “en el corazón de la democracia. Participar entre la historia y el futuro”.

 

El Sumo Pontífice dijo que la democracia puede definirse como “aquel orden civil en el que todas las fuerzas sociales, jurídicas y económicas, en la plenitud de su desarrollo jerárquico, cooperan proporcionalmente al bien común, reconduciéndose en el resultado final a la ventaja predominante de las clases inferiores”.

 

En función de esta definición, externo el Papa, “es evidente que en el mundo actual la democracia, digamos la verdad, no goza de buena salud. Esto nos interesa y nos preocupa, porque está en juego el bien del hombre, y nada de lo que es humano puede sernos ajeno”.

 

Establece la responsabilidad de los católicos y considera que el “Estado no es verdaderamente democrático si no está al servicio del hombre, si no tiene como fin supremo la dignidad, la libertad y la autonomía de la persona humana, si no es respetuoso con aquellas formaciones sociales en las que la persona humana se desarrolla libremente y en las que integra su personalidad”.

 

Recalcó que es importante “la contribución que el cristianismo puede aportar hoy al desarrollo cultural y social europeo (mundial) en el contexto de una correcta relación entre religión y sociedad” y demandó eliminar “la escoria de la Ideología” y “las tentaciones ideológicas y populistas”.

 

EL Papa Francisco cita la Doctrina Social de la Iglesia en donde se da “sentido al compromiso de todos en la transformación de la sociedad; prestar atención a las personas que quedan fuera o al margen de los procesos y mecanismos económicos vencedores; dar espacio a la solidaridad social en todas sus formas; apoyar el retorno de una solícita ética del bien común […]; dar sentido al desarrollo del país, entendido […] como mejora global de la calidad de vida, de la convivencia colectiva, de la participación democrática, de la auténtica libertad”.

 

Consideró a la democracia como “un corazón herido” ante las diversas formas de exclusión en donde “no hay lugar para los pobres, los no nacidos, los frágiles, los enfermos, los niños, las mujeres, los jóvenes, los ancianos. Esta es la cultura del descarte. El poder se vuelve autorreferencial -es una fea enfermedad-, incapaz de escuchar y servir a la gente”.

 

Se refirió a Aldo Moro quien señala que “un Estado no es verdaderamente democrático si no está al servicio del hombre, si no tiene como fin supremo la dignidad, la libertad y la autonomía de la persona humana, si no es respetuoso con aquellas formaciones sociales en las que la persona humana se desarrolla libremente y en las que integra su personalidad”.

 

Establece que la participación no es únicamente el voto, sino en la participación de todos y apunto que se debe eliminar “la escoria de la ideología” -que seducen y ahogan a la sociedad- y reflexionar sobre las “relacionadas con la vida humana y la dignidad de la persona”.

 

Invito a los católicos a organizar la esperanza, la paz y “los proyectos de buena política que pueden surgir desde abajo. ¿Por qué no relanzar, apoyar y multiplicar los esfuerzos para una formación social y política que parta de los jóvenes? ¿Por qué no compartir la riqueza de la doctrina social de la Iglesia? Podemos ofrecer lugares de debate y diálogo y fomentar sinergias para el bien común”.

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